El poeta portugués Fernando Pessoa aglutina bajo su figura un elenco de heterónimos que tienen en común convivir en un cuerpo mortal. El punto de confluencia es Fernando Antonio Nogueira Pessoa. Esta figura literaria de las letras portuguesas nace en la capital del Tajo, Lisboa, en 1888. Callado, cortés y elegante, rápidamente fue personaje habitual en los cafés literarios de Lisboa. En el año 1914 inicia la producción literaria de sus poetas heterónimos. En 1915 lanza, en colaboración con Mario de Sa-Carneiro, Luís de Montalvor y el brasileiro Roland de Carvalho, la revista Orpheu; a pesar de lo efímero de su existencia -solo aparecerán dos números- representa un acontecimiento muy significativo en la renovación de las letras lusas.

Pessoa, el poeta plural
Pessoa, el ser plural que conforma su cosmos literario a través de la confluencia de diferentes heterónimos que crean un nuevo ser, el “Supra-Pessoa”. De todos ellos, Alberto Caeiro, Álvaro de Campos y Ricardo Reis son los que conforman la recreación más profusa de esta conformación de identidades literarias. El heterónimo en el que centraremos nuestro análisis durante dos artículos será Alberto Caeiro (1889-1915).
Lisboeta de nacimiento, igual que su creador, pasa prácticamente toda su vida en el campo, espacio casi único de todo su devenir literario. Carente de profesión y con escasa formación intelectual, será el representante de la cultura espontánea sin interferencias ajenas. Para su demiurgo representará la ruptura con el postsimbolismo portugués y la antítesis de la poesía metafísica y religiosa que Pessoa estaba escribiendo en cuanto poeta heterónimo. Este heterónimo pessoano fue más un poeta que un pensador, aunque su relevancia en el macrocosmos de Pessoa reside en ser maestro de otros heterónimos.

El guardián de la naturaleza
El heterónimo Alberto Caeiro es el poeta de y para la Naturaleza, vive en ella y de ella. Su alma es la guardiana, tal y como se referencia en los títulos de su obra poética: O Guardador de rebaños y O Pastor Amoroso. La Naturaleza, hábitat de un ingente elenco de seres vivos, que contrasta con la ausencia del ser humano. Esta ausencia es la causante de que el poeta, que vive perfectamente integrado en ella como un ser más, se aleje de los demás hombres y se encuentre vacío de ellos. El poeta habla de la Naturaleza porque la ama y la ama porque quien ama no sabe por qué lo hace, ni que ama. Este amor no se pierde en razonamientos, es un vivir sin preguntarse por qué no puede vivir sin buscar un sentido a las cosas, esta carencia de sentido es la causa de que no puede entenderla. Por ende, hombre y Naturaleza siguen caminos paralelos, que nunca llegarán a encontrarse.
Amar a la eterna inocencia,
y a la única inocencia, es no pensar…
La simplicidad de la naturaleza
La Naturaleza no sabe de artificios, solo de la simplicidad que supone el existir. Las flores se limitan a crecer, los árboles a florecer, el sol a lucir y los animales a vivir. El hombre, por su parte, piensa en los misterios de la existencia, en el porqué de los acontecimientos, cuando no tienen misterio ninguno. Este proceso reflexivo implica cerrar los ojos a los seres que lo rodean y, por consiguiente, no poder verlos. ¿Por qué no puede verlos? Porque sus sentidos están ocupados en otros menesteres. Cuando el hombre abre los ojos y los ve, deja a un lado todo el proceso de interpretación reflexiva, abre sus ojos y puede disfrutar del placer de verlas. Para que esto suceda debe adquirir consciencia de que el único sentido de los elementos que conviven con él es no tener sentido íntimo ninguno, solo existir. La Naturaleza es lo que se muestra ante nuestros ojos, no hay nada más allá de ella, es todo y en ella se encierra todo. Es una síntesis de lo que aprehendemos a través de nuestros sentidos (vista y oído).
Esto es tal vez ridículo a los oídos
de quien, por no sabe lo que es ver para las cosas.
No comprende a quien habla de ellas
con el modo de hablar de quien repara en ellas enseña.

Pessoa, el poeta de los sentidos
Nuestro versificador es el poeta de los sentidos. A través de su experiencia en el entorno natural descubre que el hombre no es más rico porque posea mayor riqueza que sus congéneres, la riqueza está en el proceso de ver, porque ver supone poder comprender la Naturaleza. El momento climático de su riqueza como ser humano hay que buscarlo en el momento en que está en contacto con ella. La Naturaleza es el cofre donde el hombre tiene guardadas sus riquezas, y cuando lo abre es el momento en el que es consciente de su riqueza.
Nos vuelven pequeños porque nos quitan lo que nuestros ojos nos pueden dar, Y nos vuelven pobres porque nuestra única riqueza es ver.
Los pensamientos del heterónimo de Pessoa son sensoriales, su pensamiento se ejecuta a través de los sentidos, piensa con los ojos y los oídos, con las manos y pies, con nariz y boca. Los sentidos son los que hacen que piense los instrumentos, nunca debemos buscar el motor del pensamiento en la razón. Alberto Caeiro se comporta como un animal más, perfectamente fusionado con la Naturaleza en armonía con los demás miembros, formando un único cuerpo: la existencia. Integrado en ella, olvida la racionalidad y deja salir sus sentimientos. Es un animal más.
Pensar una flor es verla y olerla
y comer un fruto es saberle el sentido.

Interlocutor de la naturaleza
Pessoa habla con el viento, un viento alejado de los tópicos políticos y literarios. Contrariamente a la imagen que los poetas le han dado al viento históricamente. El universo poético de Alberto Caeiro no trae noticias de la amada ausente ni trae noticias de guerras ni muertes. El poeta, en su diálogo, descubre que el viento solo habla del mismo viento.
Nunca has oído pasar el viento.
El viento solo habla del viento.
Lo que has oído es mentira,
y la mentira está en ti.
El poeta cuando está en contacto directo con la Naturaleza solo tiene un deseo, que no es otro que la propia Naturaleza, no precisa de ninguna creación humana que se la recuerde. Este fenómeno que vive es consecuencia de que al tenerla a ella lo tiene todo, se siente plenamente realizado y no siente la necesidad de nada más.
¿Para qué es preciso tener un piano?
Lo mejor es tener oído
y amar a la Naturaleza.

El hombre depredador de la naturaleza
El ser humano descubre cuando convive con la Naturaleza que es única y como tal irrepetible. Este carácter único e irrepetible es el causante de que no haya dos árboles iguales o dos días similares. La sencillez que caracteriza al poeta cuando escribe está en la esencia de la simplicidad de la propia Naturaleza, por eso no necesita estructuras complejas para hablarnos de ella, sus versos nacen de la conmoción que desencadenan en él las pequeñas cosas. La experiencia del poeta con la Naturaleza es el detonante que desencadena la percepción de que el hombre no es consciente de que es un depredador de la Naturaleza.
Piden «ensalada», despreocupados….
Sin pensar que exigen a la Tierra-Madre
la frescura de sus primeros hijos
las primeras verdes palabras que ella tiene,
las primeras cosas vivas e irritantes
que no vio.

Pessoa, Poeta del Pueblo
El proceso de integración de Alberto Caeiro con la Naturaleza es consecuencia de la necesidad imperiosa que tiene de aproximación al pueblo. Él no desea ser el poeta de la sociedad urbana, siente que su lugar está al lado de los pobres, de las lavanderas y del molinero, de la gente que forma parte de la Naturaleza, de la gente que la entiende. Quiere vivir entre los que son como la Naturaleza, es más, son Naturaleza. En este punto Caeiro es poeta social, pero a su manera. Él estará siempre con el hombre natural.
Antes eso que ser el que atraviesa la vida
mirando para tras de sí y teniendo pena de ella.
El hombre debe ser natural
La visión de los elementos que forman parte de la Naturaleza provoca el fluir del recuerdo de los años vividos: la luna cuando brilla sobre la hierba le recuerda a los años de niñez cuando la criada vieja le contaba cuentos de hadas. Este fenómeno tiene su origen en la misión que el poeta le atribuye a la Naturaleza: hacer florecer los años pasados, del mismo modo que es la causa del florecimiento de las flores o del nacimiento de los pájaros.
La luna cuando brilla en la hierba
no sé qué cosa me recuerda ella.
Me recuerda la voz de la criada vieja
contándome cuentos de hadas.
Para que el hombre pueda ser feliz el contacto con la Naturaleza es la única alternativa, esto es, debe ser natural. Ser natural quiere decir ser como la Naturaleza: ella se construye con la sucesión de días de sol y de lluvia, del día y de la noche. Por analogía, el hombre será fruto de la adicción de momentos felices y tristes. Ese proceso de acercamiento hombre-Naturaleza hace que la dualidad natural pase a formar parte de la idiosincrasia del hombre. En el fondo lo que percibe es la dualidad histórica, la esencia de la articulación de la existencia, la armonía entre el bien y el mal.

Pero yo no siempre quiero ser feliz.
Solo preciso ser de vez en cuando infeliz
para poder ser natural.

La libertad secuestrada
La mirada del hombre es como la Naturaleza, porque no interroga ni se asusta. De interrogarse y espantarse el hombre, no viviría en él la Naturaleza, porque ella no es ni interrogatorio ni espanto. Ella no sabe de reflexiones ni de interrogaciones, ella es como él y no importa por qué es ni para qué es.
Si me interrogase y me espantase
no nacerían flores nuevas en los campos
ni cambiaría cualquier cosa en el sol de modo que él fuese más hermoso.
Lo esencial es saber ver, quien no ve las cosas como son tiene su libertad secuestrada, porque encierran las cosas bajo nombres que no son los propios. Servirse de nombres irreales para referenciar elementos de la Naturaleza implica que se está nominando otros elementos que no son los reales. Cuando el poeta metaforiza los ojos de la amada relacionándolo con un cielo azul, su referencia no son los ojos de la amada sino el cielo. ¿Por qué sucede esto? Porque los ojos no son el cielo.
Pero eso ¡tristes de nosotros que traemos el alma vestida!
Eso exige un estudio profundo,
un aprendizaje de desaprender
y un secuestro en la libertad de aquel convento
de que los poetas dicen que las estrellas son las monjas eternas
y las flores las penitentes convidadas de un solo día,
pero donde al final las estrellas no son sino solo día,
ni las flores siendo flores,
siendo por eso que les llamamos estrellas y flores.

En este primer artículo hemos tratado la figura del poeta Fernando Pessoa y sus heterónimos, concretamente el de Alberto Caeiro, y hemos centrado nuestra atención en dos aspectos fundamentales de su obra: en cómo interactúa el ser humano con la Naturaleza y en cómo lo hace el propio poeta, que se fusiona con ella junto a los demás seres que la comparten. En el siguiente artículo centraremos nuestra atención en cuál es la misión que se le ha encomendado al poeta Alberto Caeiro para que el hombre pueda interaccionar con la Naturaleza en la que pretende integrarse.
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