Mal Poder (2022), de Arturo Méndez. Políptico expuesto en la White Lab de Madrid. Utilizada para ilustrar el artículo de cultugrafía que habla sobre el arte conceptual en contraposición al arte kitsch.
Mal Poder (2022), de Arturo Méndez. Políptico expuesto en la White Lab de Madrid.

Kitsch no es arte. Industria cultural no es CULTURA

Tenemos a un grupo de snobs en una galería discutiendo por el ambiguo significado de una obra de arte. Por otro lado (el kitsch) tenemos una sala de cine repleta de mentes fascinadas y con pocas ganas de reflexionar -al menos durante ese momento- gracias a la última película de la franquicia Marvel. Ya sabemos que el habitus de Bourdieu determina nuestra clase social y nuestros gustos; por lo que a partir de ahí, podemos intuir que el habitus de cada cual es el responsable de armar el esquema de distinción que a lo largo de la historia se ha dado en el arte, normalmente vinculado a la alta cultura, el dinero y -por qué no- a aspirantes gafatastas de la midcult que hacen lo que ven, repiten lo que oyen y ansían con inocencia formar parte de la élite.

Expanding Cultural Research (Ampliar la investigación cultural), de David Plunkert. Teoría del arte y ensayo. Kitsch, cultura de masas y el arte elevado.
Expanding Cultural Research (Ampliar la investigación cultural), de David Plunkert.

A lo largo de diferentes publicaciones hemos también aprendido que la arbitrariedad del signo puede otorgar cualquier concepto (significado) a cualquier cosa (significante), y por tanto, propiciar la existencia del arte conceptual. De la misma manera, durante esta publicación averiguaremos si la distinción entre clases que presupone la oposición entre vanguardia y kitsch está inscrita en la lógica de arbitrariedad del signo llevada a cabo por el arte conceptual. Es decir, que el grupo de snobs, de determinada clase social, decida ir a la galería de arte y opinar sobre el ambiguo significado de una obra, y que las mentes con pocas ganas de reflexionar, opten por un entretenimiento dado, gastado o mimético.

Índice de contenidos:

Clement Greenberg, lo Kitsch y el peligro que esconde la industria cultural

Posicionaremos, tal y como hizo Clement Greenberg en su ensayo Vanguardia y kitsch (1939), las vanguardias, -o en lo que a nosotros respecta: el arte conceptual- como el arte elevado y como algo que exige un nivel intelectual y cultural al sujeto para poder completar la experiencia que el autor de la obra pretende; y lo kitsch, como algo –sin importar los cánones de exigencia técnica-, más relacionado con el arte figurativo, la belleza o la estética, como algo destinado a la masa y que no exige al consumidor de ningún esfuerzo puesto que consiste en un tipo de entretenimiento gastado, más sensitivo e inmediato.

Esto (no) es un simulacro (2021). Óleo sobre lienzo. de Arturo Méndez. En la White Lab de Madrid (2022).
Esto (no) es un simulacro (2021) de Arturo Méndez. Óleo sobre lienzo. En la White Lab de Madrid (2022). De manera fantasmagórica y enigmática, Méndez muestra una sobreexposición de imágenes y textos que más allá de informar, tratan de manipular y esconder verdades, causando incertidumbre, inseguridad y falsas realidades.

Además de para distinguir las vanguardias de lo que Adorno y Horkheimer denominaron la industria cultural, y desde una percepción marxista, lo kitsch, ese arte repetitivo, gastado y masivo, se advertía como un problema para la regeneración de la cultura y para el progreso social, ya que el arte/cultura, o -en lo que termina degenerando- el entretenimiento, atendía y atiende a las necesidades del mercado y por tanto siempre sería presentado al público atendiendo a sus instintos más primarios. Por ello, lo kitsch y la industria cultural son aceptados con facilidad y la obra Esto (no) es un simulacro (2021) del artista Arturo Méndez no, porque invita al espectador a reflexionar -tremendo esfuerzo- sobre la manipulación mediática, y no es precisamente del agrado de ningún espectador el cuestionar precisamente a la televisión o al internet que tan feliz hace a todos.

Sin menospreciar el camino hacia el gusto por lo bueno a través del consumo de artesanías u otros productos comerciales de calidad y que permiten una forma digna de vida a muchos creadores. Actos de buena fe creativa que no progresan más allá de los mercadillos en que se adquieren o la publicidad para la que han sido engendrados. Como el trabajo de Gema Graciano, fotógrafa profesional de Madrid que consigue imágenes gastronómicas y de producto con las que nos enseña que el buen gusto se construye con constancia y buena praxis. Aunque entre todo el surtido de disciplinas y fines que tienen las artes, según Greenberg, con lo kitsch, estaríamos ante un arte que nunca evoluciona y que sigue atascado en una época que ya no es la suya pero que funciona muy bien como forma de ocio para el público de masas.

Arte conceptual: El gran vidrio de Marcel Duchamp

Para dar cuenta de la legitimación que la arbitrariedad del signo da a los esquemas de distinción entre vanguardia y kistch durante el auge del arte moderno (primeras décadas del S. XX) propondremos conseguir entender esta oposición como una distinción de gustos mediante el análisis de dos ejemplos: El gran vidrio (1915-1923) de Marcel Duchamp en representación del arte elevado y conceptual, y El nacimiento de Venus (1879) de Adolphe Bouguereau, una obra de arte motivada o figurativa, en representación de lo kitsch.

El gran vidrio o La novia desnudada por sus solteros (1915-1923), de Marcel Duchamp. Readymade y arte conceptual. Difusión y crítica cultural; CULTUGRAFÍA
El gran vidrio o La novia desnudada por sus solteros (1915-1923), de Marcel Duchamp. Fuente Imagen.

Tenemos por un lado El gran vidrio (1915-1923) de Marcel Duchamp. No representa una obra de arte motivada pues hay que reflexionar para advertir su significado, pues el significante no muestra de forma explícita lo que el artista pretende expresar. En su significante obtenemos dos hojas de vidrio que incluye otros materiales como alambre, polvo o aluminio. Pero en su significado descubrimos que entraña algo mucho más complejo, pues el autor pretende hablar del encuentro erótico entre una novia, que está en la parte superior de la obra, y sus nueve solteros que no pueden tocarla, que están en la parte inferior. La obra además entraña todo tipo de connotaciones elaboradas por el artista y otras connotaciones que podrían existir gracias al análisis particular de la audiencia.

Kitsch: El nacimiento de Venus de Willian-Adolfe Bouguereau

En cuanto a kitsch, hablaremos de Willian-Adolfe Bouguereau. Artista francés y defensor de la academia que recreaba a la perfección la anatomía humana y que dedicó su obra a representar escenas religiosas y de la mitología clásica. Se limitaba a recrear escenas atractivas, falsas y gastadas (como una moneda que ha perdido su grabado). Véase El nacimiento de Venus (1879). Si recordamos lo que explicábamos sobre la lógica de arbitrariedad del signo, la obra de Bouguereau es motivada, pues el significante (imagen) alude a su significado (concepto). La imagen muestra exactamente lo que vemos y no hay nada más. Encontramos pues que es algo banal, que sirve para el gusto y disfrute del espectador y que la experiencia empieza y acaba delante de la obra.

El nacimiento de Venus (1879) de William-Adolphe Bouguereau. Es una obra de arte kitsch.
El nacimiento de Venus (1879) de William-Adolphe Bouguereau. En el Musée d’Orsay.

Lo kitsch se basa en la estética de -en palabras del sociólogo Dwight MacDonald- la midcult (cultura popular), y todavía más a la masscult (cultura de masas), ambas contrarias a la alta cultura (highcult) a la que pertenecerían las vanguardias y el arte conceptual. Lo kitsch consiste en el reciclado de sus elementos para reformularlo. Por ello, tanto las Venus de Bouguereau (1879), Alexandre Cabanel (1863) y Jean-León Gérôme (1890) son kitcsh, pero la Venus de Botticelli (1482-1485) no, porque Botticelli estaba creando algo, y los demás reciclaron formas gastadas.

El nacimiento de Venus (1482-1485) de Sandro Botticelli. En Galería Uffizi, Florencia. Análisis y teoría del arte. Cultura
El nacimiento de Venus (1482-1485) de Sandro Botticelli. En Galería Uffizi, Florencia.

En ambos casos, tanto en el arte conceptual como en lo kitsch, obtendremos una valoración distinta dependiendo del receptor, el cual valorará de una manera u otra dependiendo de su hábitus. Y por esa misma razón sería injusto reducir los niveles de la cultura a tres (highcult, midcult y masscult), ya que nuestra sociedad tiene un sinfín de niveles culturales.

El valor de uso y el valor de cambio de Marx en El capital

Pues bien, llegados a este punto podemos plantearnos qué relación tienen los conceptos de valor de uso y valor de cambio que Karl Marx incluía en su obra El capital (1872) con la lógica de arbitrariedad del signo de Ferdinand de Saussure. Parece difícil, pero es evidente a simple vista si caemos en la cuenta de la naturaleza tangible del significante y el valor de uso, y de la naturaleza intangible del significado y el valor de cambio.

Algo así resulta más fácil de entender con ejemplos. Entendemos valor de uso por el valor que tiene una mercancía dada la utilidad que preste y dado su contenido material. Como por ejemplo un paraguas de plástico y otro de papel. El paraguas de plástico tendrá valor de uso y el de papel no. Sin embargo, el valor de cambio es aquel que se le da a una mercancía para poder ser proporcionalmente cambiada por otra como podría ser el intercambio de tres kilos de un melocotón cualquiera por un kilo de melocotón de Cieza con denominación de origen. Aunque en un principio esta fue la primera forma de comerciar en las sociedades primitivas (el trueque), es algo que nunca ha dejado de hacerse. No hay más que echar un vistazo a apps como Wallapop o Vinted.

Style Break #1 Money (2022) de Dominik Rutz. Pintura, Resina / Laca / Pigmentos en Madera. Rutz reflexiona sobre la supremacía del dinero. Lo marca como conductor de guerras, sangre y egoísmo.
Style Break #1 Money (2022) de Dominik Rutz. Pintura, Resina / Laca / Pigmentos en Madera. Rutz reflexiona sobre la supremacía del dinero. Lo marca como conductor de guerras, sangre y egoísmo.

Hoy día, parece obvio que exista una mercancía encargada de tener una equivalencia universal: el dinero; utilizado para atribuir un valor de cambio determinado a los productos y servicios. Por ello, tanto los tres kilos de melocotón cualquiera como el kilo de melocotón de Cieza con denominación de origen tienen el mismo valor de cambio: tres euros. Algo que se cuantifica por el trabajo que se haya empleado en su producción además de otros tantos factores como la variedad o marca, el momento y lugar donde se produzcan o consuman o la oferta y la demanda del momento en que se comercialicen.

La relación del arte con el valor de uso y el valor de cambio

En el arte conceptual (sobre todo el readymade), podemos encontrar ejemplos de cómo un objeto, creado con un fin específico, con un carácter motivado entre su significado y su significante, se convierte en obra de arte al simplemente cambiar su significado e incluyéndolo en un espacio distinto para el que ha sido creado. El gran vidrio, del que acabamos de hablar, podría perfectamente atender al mismo análisis semiológico que el readymade más famoso de todos, La fuente (1917), también de Duchamp. El artista transforma su naturaleza y ni su valor de uso ni su valor de cambio volverán a ser los mismos.

Pero vayamos a algo más reciente, al día de San Valentín de 2023. Banksy también nos demostró que cualquier objeto como un congelador puede convertirse en arte. Usado para representar la tragedia del maltrato que bien nos recuerda a la película Volver (2006) de Pedro Almodóvar. El congelador que Banksy utilizó para crear su obra Valentine’s day mascara (2023), tenía un valor de uso concreto el cual todos conocemos; y tenía un valor de cambio que, como ya hemos explicado, viene marcado por el trabajo empleado y otros factores espaciotemporales.

Valentine’s day mascara (2023), de Banksy. Poco después de que el artista anunciara la obra en su Instagram, el congelador fue retirado por el propio Ayuntamiento de Margate. Tras las quejas del público por haber destruido la obra, el Ayuntamiento devolvió el congelador a su lugar de origen y comunicó que había sido retirado por trabajos de salud y seguridad.

En este caso en concreto, el congelador estaba roto y abandonado en la calle, por lo que sus valores de uso y de cambio serían nulos. Pero Banksy, al implementarlo en su mural, transformó su valor de uso: el de una obra de arte que denuncia la violencia de género y que tiene el fin de ser observada y analizada. Y obtiene otro valor de cambio: que suele venir marcado por el autor, el museo o galería y que a su vez depende de la importancia del artista, la transcendencia de la obra y la habitual especulación del mercado del arte. Obtenemos por tanto como resultado de este análisis que el valor de uso se sustituye mediante la arbitrariedad del signo y obtiene así otro valor de cambio.

Lo kitsch no atiende a criterios del arte, sino a los del mercado

«Un segundo fenómeno cultural nuevo irrumpía en el mundo occidental industrializado: eso que los alemanes han bautizado con el maravilloso nombre de kitsch; un arte y una literatura populares y comerciales con sus cromolitografías, portadas de revistas, ilustraciones, anuncios comerciales, publicaciones de papel satinado, novelas de detectives, tebeos, canciones del verano, baile de claqué, películas de Hollywood, etc.».

(Greenberg, 1939, p. 3).

Volviendo a Greenberg, define lo kitsch como al arte que atiende a un público masivo. Lo kitsch se dedica a dar al público lo que quiere y no atiende a criterios del arte, sino a los criterios de la demanda y el mercado. Tiene éxito porque no requiere de ningún análisis por parte del espectador. No requiere ningún esfuerzo. Toda experiencia, sea cual sea, termina definiéndose por el gusto del espectador, el cual no se esfuerza en analizar ni en sacar un sentido o un discurso de la pieza porque la sociedad kitsch les dice que no hace falta. No hay que pensar, para eso ya está el lobby de la industria cultural; lo único que hay que hacer es gozar. Lo único que la sociedad kitsch pide a sus consumidores es su dinero.

Mal Poder (2022), de Arturo Méndez. Políptico expuesto en la galería White Lab de Madrid.
Mal Poder (2022), de Arturo Méndez. Políptico expuesto en la White Lab de Madrid.

El artista conceptual Arturo Méndez utiliza su obra como medio para propiciar el cambio a través de un mensaje subversivo que mezcla imágenes cotidianas que se vuelven enigmáticas mediante el proceso pictórico. Méndez pretende hacernos reflexionar sobre el poder manipulador de la imagen mediática y su relevancia en la configuración de la realidad. Un artista que vive en constante experimentación con la técnica, el medio y el significado (humo sobre melamina, polípticos, vinilos, tabla, identidad, manipulación mediática…) para no caer en el más vulgar pastiche (o kitsch) y que nos regala Mal Poder (2022) para advertirnos del peligro que esconden los medios de comunicación. Aunque estamos ante oleo sobre lienzo los fragmentos bien podrían pasar por fotografía analógica en blanco y negro gracias a su técnica hiperrealista. Pinturas que se originan desde la fragmentación y repetición de escenas mediáticas vinculadas al poder. Se generan así nuevos significados como forma de reconfigurar aquello que se nos presenta como real.

La obra de Méndez es independiente y no atiende a las demandas del mercado ni del espectador. Son por tanto Mal Poder (2022) y Esto (no) es un simulacro (2021) ejemplos del arte elevado del que hablaba Greenberg hace un siglo o del arte que los situacionistas practicaban hace medio como antídoto a un sistema que nos mantiene aletargados en la contemplación y la superficialidad. Digno heredero de artistas como Santiago Sierra o el détournement, que tergiversaba el significado de los iconos de la sociedad de consumo para volverlos en su contra.

Mal Poder (2022), de Arturo Méndez. Políptico expuesto en la White Lab de Madrid. Utilizada para ilustrar el artículo de cultugrafía que habla sobre el arte conceptual en contraposición al arte kitsch.
Mal Poder (2022), de Arturo Méndez. Políptico expuesto en la White Lab de Madrid.

«El campesino volverá al kitsch […] porque así puede gozar sin esfuerzo. El estado […] nada podrá mientras los problemas de la producción no hayan sido resueltos en un sentido socialista. Por ello, hablar de arte para las masas es lisa y llanamente demagogia»

(Greenberg, 1939, p. 7).

Lo último que desea un obrero en el momento de disfrutar de una obra es ponerse a reflexionar sobre cómo percibe la realidad determinado autor o si hay una denuncia en su discurso. A las masas no les interesa una obra de arte conceptual, la desprecian porque no la entienden, y pronto lo asocian a excentricidades, locura o delirios de grandeza de los artistas que además no merecen ningún mérito porque lo que hacen ni sorprende ni fascina tal y como la sociedad del espectáculo demanda. Como contrapartida, la masa acude a lo kitsch, pues así no cambiará su vida ni su forma de pensar.

Es erróneo cercar en tres estamentos la cultura como hizo MacDonald, y es que no se puede generalizar con algo que Bourdieu distinguía entre tantísimos sectores de la sociedad. Pero sí podemos concluir que tanto el valor de uso y valor de cambio de Marx como la distinción de gustos que presupone la oposición entre vanguardia y kitsch están inscritos en la lógica de arbitrariedad del signo.

El arte es vida, es emoción, es sensaciones, y sería injusto avasallarla o catalogarla desde los escalones de la economía o el acceso a la educación, pero esa es la cruda realidad. Nunca estaremos ante una era en la que todo sea elevado o exquisito, ni siquiera tendría por qué ser necesario, es de hecho entre todo ese océano de lo ordinario donde lo inédito destaca sobre el resto hasta saltar de las manos de su autor y cobrar vida propia. Son las azarosas direcciones que la sociedad toma las responsables de que haya espacio para todo, se autorregula y forma parte de su equilibrio natural.

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