De artesanos austeros a artistas extravagantes
Hoy día, el artista sigue teniendo una consideración romántica. Podemos arrancar con esta premisa pues así es como suelen describirse en la realidad y como suelen estar representados en la ficción. Puede que la verdad sea esa, puede que no o puede que haya de todo como en cualquier oficio. Pero, aun dejándoles el beneficio de la duda, es difícil hablar de artistas sin encajarlos en ese molde, evitando deshacerse de los prejuicios en los que tanto han insistido biógrafos, literatos o cineastas a lo largo del tiempo.

Van Gogh y su oreja amputada, la sordera de Goya y Beethoven, las locuras de Mozart y Allan Poe, el narcisismo de Miguel Ángel y Picasso o la extravagancia de Dalí. Personalidades austeras, bohemias o pintorescas que van de lo más introvertido a lo más excéntrico. Que pueden darse de muchas maneras pero que tienen en común rasgos extraordinarios, rasgos que, de no tenerlos, sin duda habría que inventarlos. Y es que el mero hecho de narrar que la vida de “tal” artista estuvo rodeada de misteriosas salidas nocturnas ya le hará ganar el carisma que le ayude a construir su mito.
Índice de contenidos:
- De artesanos austeros a artistas extravagantes.
- El artesano en Egipto, Grecia y Roma.
- El artífice durante el medievo.
- El artesano renacentista se emancipa.
- El artista romántico. Del patronazgo a la producción comercial.
- La imagen de artista idealizada: el genio extravagante, bohemio y vanguardista.
- Entonces, ¿Qué es un artista?
El artesano en Egipto, Grecia y Roma
Pero no es oro todo lo que reluce, pues hablamos de una concepción popular, la que tenemos hoy, y no siempre fue así, pues el artista, antes de artista fue artesano.
Mientras que en el antiguo Egipto los escultores adquirían en ocasiones el rango de sacerdotes para poder trabajar en los templos, los artesanos en Grecia eran considerados obreros y ocupaban un puesto bajo en la escala social; muy pocos consiguieron fortuna o renombre. La consideración de artesano durante el imperio romano no cambió mucho ya que artes como la pintura eran oficios que, según Séneca, no podían estar entre las artes liberales ya que sus funciones eran viles y vulgares.

Es difícil de creer dada la concepción historiográfica que hemos heredado, la que comienza con Giorgio Vasari mucho después, en el renacimiento, y que sitúa al artista -tal y como se situaba a la Tierra-, en el centro del universo. Pero la Tierra, al igual que la concepción de artesano, seguía siendo plana, y lo más habitual durante estas primeras etapas era incluso que estos fueran esclavos.
Su situación no mejoraría hasta que, gracias a la paz civil de la Antigua Roma, durante el mandato de César Augusto (27 a. C. y 14 d. C.) cesaran los disturbios, pudiera emerger la clase media y el Estado instaurara una estética general que impulsara el trabajo de los artesanos.
El colectivo (al igual que ocurre con cualquier profesión), comenzó a agruparse para tener más fuerza. Así, desde el propio gremio y descendiendo hasta las escuelas y a cada uno de sus miembros, los artesanos irían poco a poco adquiriendo valor, algo que sin duda alimentaría el ego y todas esas extravagantes características que hoy día, los artistas están casi obligados a manifestar para ser lo que son.
Es necesario apuntar que estamos dando una visión amplia y generalista de la consideración que pudo tener el artista/artesano en la antigüedad. Surge por tanto otra cuestión, la de si podemos identificar al artista como una evolución del artesano en todo momento.
La lucha fue más bien otra, la de poner en valor la actividad del artesano por un lado, y por el otro, la de desligar a los artistas (pintura, escultura, arquitectura) del artesanado. Toca por tanto aclarar también que no sería del todo correcto hablar de artistas en la antigüedad con propiedad dada su «inexistencia», aunque sí de su germen, los artesanos, los cuales condicionaron la aparición del arte a través de manifestaciones pictóricas y escultóricas de carácter ritual y religioso.
El artífice durante el medievo
Durante la Edad Media, los artesanos eran llamados artífices y considerados hacedores y no creadores. Seguían perteneciendo al universo del oficio y no de las artes. No será hasta finales del siglo XIII, que el franciscano Salimbene, en su crónica, se referirá por primera vez a los artesanos como artistas. Estos, solían permanecer en el anonimato, siendo pocas las obras firmadas y estando ligadas más que a la creación y la originalidad, a la maestría y la innovación en el oficio, el cual, pasaba en los talleres de maestro a aprendiz mediante la práctica y la imitación.

Las enseñanzas y habilidades del colectivo estaban por encima de la nada valorada creatividad del artesano individual, que debía ceñirse a lo aprendido de su maestro. Tanto eso como que trabajaran para una fuerza superior y de carácter divino (la iglesia), reforzaba la condición de anonimato del artífice.
Nada que ver con el cambio de paradigma que supuso la concepción de artista de Vasari, algo que marcaría los principios de la historiografía. El cambio que puso el foco de atención sobre el artista por encima de todo lo demás (obra, patrón, movimiento o escuela). El artista sería a partir de entonces el gran protagonista. La forma y estilo podría prestarse, ahora ya sí, a modificaciones, las cuales vendrían de las innovaciones que con el paso de los años irían introduciendo las nuevas generaciones de manera individual.
El artesano renacentista se emancipa
De hecho, fue gracias a Vasari, a su Accademia delle arti del Disegno y a su nueva concepción de artista que estos pudieron adherirse a las artes liberales. Aunque claro está, que para llegar a este punto tuvo que haber un caldo de cultivo que se dio durante el Renacimiento. Cuando iglesia, cortes y gente del más alto estatus contrataba a los mejores artesanos para, con las obras que se les encargaba, legitimar y demostrar su poder. El ascenso social llegaría para todos estos artesanos que se habían adaptado a la vida del más alto nivel y que ascenderían y adquirirían un estatus superior como artistas.

Pero fueron pocas las excepciones que consiguieron el ascenso. La imagen del artesano seguía siendo la misma y no bastaría con llevar una vida de lujos en la corte. Los primeros artistas tuvieron que añadir otras competencias a sus habilidades como artesanos para poder emanciparse: Rubens y Le Brun con la diplomacia, Poussin con las humanidades, Rembrandt con el comercio o da Vinci y Abraham Bosse con las ciencias.

La academia se establece en Europa (francesa, Vasari o San Luca), la cual establece normas estéticas, creencias y afirmaciones para la producción artística clasicista -las cuales perdurarían hasta la Revolución Francesa- y que darían un corpus formal que sería aceptado por los círculos liberales. Tomada la academia ya como institución intelectual y añadiendo otros factores como la apertura del Salón de París (exposición de arte bienal desde 1725), se abrirían vías para que el artista tuviera otro tipo de relación con el mercado y la sociedad cada vez más cercanas a las que conocemos hoy.
Volvemos a aclarar que no fue un proceso fácil, y que no tratamos de simplificar la aparición del arte con la eclosión artesano/artista. Más bien se trata de una distinción donde el concepto de originalidad forma un papel fundamental. Sería más correcto decir que el artista consigue distinguirse y ser por tanto más valorado a costa de la existencia del artesano.
El artista romántico. Del patronazgo a la producción comercial
Los cambios provocados por la revolución industrial y las revoluciones sociales del siglo XIX cambiaron la relación que existía entre los artistas y la motivación que daba pie a crear sus obras. Podemos sintetizar que, hasta la fecha, lo más corriente era que estos artesanos trabajaran para patronos o mecenas que encargaban las obras y que marcaban tanto la forma como los contenidos de estas. Tal era su influencia que la autoría de dichos encargos solía atribuirse a los patronos que las habían financiado y no a los artesanos que las realizaban. Es por tanto comprensible que la inmensa mayoría de obras se debieran a la cultura cristiana y a las figuras de poder de cada lugar y cada época.
Estamos ante un cambio en la concepción de la producción artística -y también literaria- donde ya no se crea por encargo para las esferas de poder, sino que se crea para el público, llevando a convertir la producción artística y literaria en un producto más para el mercado. Esto ayudaría a que el artista se emancipara, pero también ayudaría a que el arte, al ser destino ahora también de ignorantes -de la masa derivada de la mercantilización- se degradara; eso sí, desde el punto de vista más purista y académico.

El artista, para eludir esa característica de productor de mercancía, acentuó su capacidad creativa y revolucionaria, su imaginación, sensibilidad y su talento de captar el universo. Por ello, el artista romántico es idealista y contrario al naturalismo y los dogmas establecidos. Es así como la palabra artista comienza a ser sinónimo de genio creador y de inspiración, quedando así en segundo plano las destrezas y conocimientos necesarios para el desarrollo de su actividad como las que debe adquirir un pintor, escultor o compositor; técnicas que, al fin y al cabo, pueden ser aprendidas o imitadas por cualquier individuo con actitud y perseverancia.
La imagen de artista idealizada: el genio extravagante, bohemio y vanguardista
Nos acercamos cada vez más a la imagen idealizada de artista que cualquier escritor usaría para construir el personaje de su novela. Aunque hemos de recordar que el artista, antes de artista, fue obrero, artesano y artífice; antes de pintor, fue droguero; antes de escultor, orfebre; y antes de arquitecto, picapedrero.
Dentro de ese cúmulo de circunstancias que permitieron la emancipación del artista, resulta obvio que mucho tuvieron que ver la historiografía y la academia. Ya fuera desde la transmisión del concepto de Vasari, de positivistas o formalistas, de alguna u otra manera, terminarían cediendo el protagonismo al artista. Podría hablarse de estilo o de forma; de la obra de arte en sí, pero ya fuese de fuera hacia dentro -de contexto hacia obra-, o de dentro hacia afuera -de obra hacia contexto-, al final todas las corrientes historiográficas tendrían el mismo centro de gravedad, el artista.
Siguiendo con esas circunstancias, a pesar de la insistencia de otros historiadores como Burckhardt o de teóricos como Marx o los miembros de la escuela de Frankfurt de cambiar el foco de atención del artista a otros de naturaleza social, se conseguiría todo lo contrario, pues fueron entre muchas otras, este tipo de intenciones revolucionarias y antisistema las que propiciaron las vanguardias históricas y por tanto las que facilitaron el perfil de artista pintoresco con el que empezábamos la introducción de este artículo.

“La aceleración de los movimientos de oposición al mundo del arte, a partir de la década de 1880, muestra cómo la lucha de los modernos contra los antiguos se radicalizó en una dimensión específica: un régimen de excentricidad caracterizado por una ética de la rareza que se opone a una ética de la comunidad en cuya virtud el genio aislado se valora contra la masa y contra la comunidad de iguales; la excentricidad, contra la observancia de los cánones; la innovación, contra la reproducción de modelos; la marginalidad, contra el conformismo; el artista profeta, contra el artista mundano, y la verdad de la posteridad, contra la ceguera o la mentira del presente”
(Campas, 2019: 168).
Entonces, ¿Qué es un artista?
El arte ha ido complicándose con el paso de los años -o desvirtuándose, según quien lo analice- sobre todo durante el último siglo. Puede que para evitar intrusismos, aunque dejando a un lado la destreza del artesano -algo tan lejano que casi hemos olvidado-, hoy día podamos considerar como arte cualquier objeto o idea. Podríamos analizar de dónde viene esa necesidad de llevar las escuelas de artes y oficios al siguiente nivel, al de disciplina académica, al de las facultades de bellas artes de hoy.
Ya no vale el crear por crear; la inspiración quedó como un argumento anticuado que casi roza el fraude. ¿Por qué tener que explicarlo todo y de dónde viene esa necesidad? Ahora la obra debe tener una motivación, un significado, la justificación, metodología y objetivos de un trabajo académico. La universidad ha tenido que convertir el arte en Filosofía, Filología, Historia y demás Humanidades en un último intento de que sea tomada en serio. Una lástima para algunos románticos o expertos artesanos que no les atrae para nada la lectura, pero un increíble potencial para la elaboración de discursos.

Sin ánimo de posicionarnos ni de perjudicar a nadie, queda ahora ese hándicap para aquellos creadores que necesitan cerrar los ojos, respirar y dejarse llevar, sin tener que darle sentido a nada. Esa idea romántica de crear escuchando al alma -o a las entrañas- y de utilizar pincel, cincel o Photoshop sin ninguna otra influencia que la voz interior, pues el artista, además de ser muchas cosas, o de poder ser nada, por encima de todo, no debe olvidar que también debe ser eso: alma y entrañas.
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Bibliografía
-Campàs, J. (2019). El artista a lo largo de la historia. Barcelona: UOC.