Obra de M.C. Escher. Stars (1948, wood engraving in color). Borges y Tlön.
Stars (wood engraving in color). Obra de M.C. Escher.

BORGES: el sí y el «otro» en FERVOR DE BUENOS AIRES y TLÖN

Es claro para mí, por lo menos ahora de una manera provisional porque yo también estoy sometido al río del devenir del tiempo, que la escritura comporta un movimiento de adentro hacia afuera, una introspección para delinear unas cuantas columnas y calles y plazas y patios, luego solidificarlas en ese espacio-tiempo de amaneceres justo cuando todo el mundo peligra en su existencia, y después una exteriorización de ese yo que al ser reflejado en el espejo ya no es mi imagen, porque además de ser una multiplicación infinita, son los otros quienes la establecen, la definen, vislumbran sus contornos y la condensan en el tiempo hasta hacer insoportable su peso. Esta esencia es la que resaltaré en estas líneas, a partir de una lectura del Borges primigenio en Fervor de Buenos Aires (1923) y luego vislumbrando el proceso escritural del conocimiento de sí que efectúa en su relato  Tlön (1940). Desde la introspección memorial y poética de una ciudad perdida en su infancia,  a la profundización creativa e ideal de todo un planeta.

Jorge Luís Borges (1979). Fotografía: Getty.
Jorge Luís Borges (1979). Fotografía: Getty.

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Borges y yo

Decir «Este es el Borges que yo conozco» es precisamente verlo en el espejo: una imagen pesada que camina lento por el peso de sus infinitas enciclopedias, y su bastón, y su reiterativo origen en aquel Palermo provincial, y en las intercalaciones de una verja con lanzas, y en la biblioteca de su padre. Pero ese es el Borges multiplicado por el espejo. Ese es el Borges condensado, hierático, rígido en sus vestiduras de letra, canoso, y que ya nada se compadece con el conocimiento que él tiene de sí. Así lo menciona en el poema BORGES y YO:

Spinoza entendió que todas las cosas quieren perseverar en su ser;

la piedra eternamente quiere ser piedra y el tigre un tigre.

Yo he de quedar en Borges, no en mí (si es que alguien soy), pero

me reconozco menos en sus libros que en muchos otros o que en el laborioso

rasgueo de una guitarra.

La construcción de Borges: Amanecer y Final de año

La construcción del Borges escritural, interior, la idea del conocimiento de sí, sin embargo se origina muy atrás en el tiempo. ¿Tendría que caminar junto a ese joven que vagaba por los barrios de un fervoroso Buenos Aires? O es mejor intentar seguir el rastro a través de patios y cuartos con muebles de caoba y silencios y oscuros pasillos. Este es un Borges que inicia su movimiento hacia adentro, porque la ciudad que recorre ya ha dejado de ser la de sus primeros años. No hay más camino que la motivación de fijar una esencia interior, ideal, del Buenos Aires perdido. Así lo manifiesta en las iniciales líneas de este poema que no fue incluido en su primera obra. En Vanilocuencia expresa: “La ciudad está en mí como un poema que no he logrado detener en palabras”.  Aunque en ese camino el tiempo de afuera ponga obstáculos a veces insalvables como la cuestión del dinero, los nacionalismos, el nazismo, y algunas otras metáforas hoy vetustas.

En esta profundización del conocimiento ideal de sí, ya Borges perfila en Fervor De Buenos Aires el problema que representa la reconstrucción memorial de ese mundo. En su poema Amanecer escribe:

Curioso de la sombra

y acobardado por la amenaza del alba

reviví la tremenda conjetura

de Schopenhauer y de Berkeley

que declara que el mundo

es una actividad de la mente,

un sueño de las almas,

sin base ni propósito ni volumen.

Casa de Evaristo Carriego. Borges y Fervor de Buenos Aires
Casa de Evaristo Carriego. Desde 1981, funciona como biblioteca municipal en Buenos Aires especializada en poesía.

Porque esta re-escritura de los espacio-tiempos de la memoria busca asir algo definitivo, una esencia perdurable, el mundo recóndito y perdido que sólo se logra constituir por partes. Así lo significa en Final de año:

La causa verdadera

es la sospecha general y borrosa

del enigma del tiempo;

es el asombro ante el milagro

de que a despecho de infinitos azares,

de que a despecho de que somos

las gotas del río de Heráclito,

perdure algo en nosotros:

inmóvil,

algo que no encontró lo que buscaba.

Borges y el mundo de las ideas: Tlön.

En Tlön (1940) esta reconstrucción idealista interior de un mundo, Borges inicia con la abominación de los espejos y la cópula porque multiplican y divulgan, porque son exteriorizaciones que en nada se compaginan con la primera creación: la idea. De hecho, Borges fundamenta la narración de este mundo desde la primera persona, el yo, que es la significación por excelencia de la interioridad. Y construye este mundo en todas sus columnas esenciales: el lenguaje, la filosofía, las letras, la religión. Todo a su forma interior de habitar un tiempo-espacio sin concesiones a la realidad concreta que lo rodea.

Hume notó para siempre que los argumentos de Berkeley no admiten la menor réplica y no causan la menor convicción. Ese dictamen es del todo verídico en su aplicación a la tierra; del todo falso en Tlön. Las naciones de ese planeta son –congénitamente- idealistas. Su lenguaje y las derivaciones de su lenguaje-la religión, las letras, la metafísica- presuponen el idealismo. El mundo para ellos no es un concurso de objetos en el espacio; es una serie heterogénea de actos independientes.

(834)
Obra de Andreas Cellarius. Harmonía Macrocósmica. Tlön y Borges. Sistema heliocéntrico.
Harmonía Macrocósmica (1708), de Andreas Cellarius. Sistema heliocéntrico.

La línea que se convierte en la columna vertebral de este relato es la visión de cultura que comporta a los habitantes de este mundo ideal. La psicología es la sustancia que irriga a todas las demás formulaciones del ser de Tlön. Concibiendo el universo como “una serie de procesos mentales, que no se desenvuelven en el espacio sino de modo sucesivo en el tiempo”. Es decir, Borges crea este mundo cúspide de su propia manera interior de ver y evaluar cualquier acto humano. “Una serie de procesos mentales” que no se desarrollan en el espacio de lo real, sino que se continúan unos a otros en un tiempo que sólo es también formulación de la mente.

Este monismo o idealismo total invalida la ciencia. Explicar (o juzgar) un hecho es unirlo a otro; esa vinculación, en Tlön, es un estado posterior del sujeto, que no puede afectar o iluminar el estado anterior. Todo estado mental es irreductible: el mero hecho de nombrarlo- id est, de clasificarlo- importa un falseo.

(834)

Y el centro mismo de esta visión Borgiana se encuentra en la concepción del lenguaje y la escritura poética en Tlön.

En la literatura de este hemisferio (como en el mundo subsistente de Meinong) abundan los objetos ideales, convocados y disueltos en un momento, según las necesidades poéticas. Los determina, a veces, la mera simultaneidad. Hay objetos compuestos en dos términos, uno de carácter visual y otro auditivo: el sol y el agua contra el pecho del nadador, el vago rosa trémulo que se ve con los ojos cerrados, la sensación de quien se deja llevar por un río y también por el sueño. Esos objetos de segundo grado pueden combinarse con otros; el proceso mediante ciertas abreviaturas, es prácticamente infinito. Hay poemas famosos compuestos de una sola enorme palabra. Esta palabra integra un objeto poético creado por el autor.      

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De hecho, en este planeta ideal cualquier materialismo es considerado una suerte de herejía. Los materialismos corresponden a formas que se duplican, se multiplican tanto que son considerados “hijos casuales de la distracción y el olvido”. Los hrönir. Borges sigue siendo así coherente con la afirmación primaria sobre la cópula y los espejos que descubre en el tomo de aquella enciclopedia falaz: The Anglo American Cyclopaedia. Y lo que confirma aún más lo anterior es la anécdota final del relato según la cual en una visita que realiza Borges a la “pulpería de un brasilero” la “Cuchilla Negra” y obligado a pernoctar ahí por una creciente del río Tacuarembó le ocurren sucesos verdaderamente extraños.

Stars (1948), obra de M.C. Escher. Ilustrando el artículo sobre Fervor de Buenos Aires y Tlön, de Jorge Luís Borges.
Stars (1948), de M.C. Escher.

Luego de la muerte en raras circunstancias de un hombre, encuentran un objeto, un “cono de metal reluciente” de dimensiones pequeñas, pero excesivamente pesado y elaborado con un material que “no es de este mundo”. Este objeto es ya la materialización de este mundo ideal que en realidad resulta inservible y que Borges cataloga como “imagen de la divinidad en ciertas religiones de Tlön”, para decirme a mí como lector que la esencia ideal, la creación mental en este mundo, en este relato, en esta narración de naturaleza introspectiva, no puede estar supeditada a concreciones materiales en la realidad del ámbito, en este tiempo-espacio, que me rodea.

El viaje de Borges: de la introspección en Fervor de Buenos Aires hasta Tlön, su utopía

La catalogación de este relato como fantástico en una de las primeras compilaciones elaboradas sobre este género, guarda coherencia con la naturaleza misma del texto en sí. Es Tlön un cuento que construye un mundo interior producto de la idea, que sólo contiene algunas referencias a la llamada realidad concreta o material. Sólo en los momentos narrativos en los cuales el narrador, Borges, el Yo, conecta con menciones a personajes que de una u otra forma tienen relación con su vida. Bioy Casares, Alfonso Reyes, las menciones a su padre y a los amigos de la familia, como Herbert Ashe, personaje que define un vaso comunicante con la escritura de la extraña enciclopedia sobre Tlön, y la explicación del paso del sistema matemático de tablas duodecimales a sexagesimales. Y otras menciones a la geografía Bonaerense, pero muy exiguas.

La creación ideal de un planeta de tales características exige en Borges como narrador esta introspección para construir un espacio-tiempo completamente diferente del nuestro y distanciar asimismo las construcciones que vienen de la mente. Es decir, la religión, las lenguas, la poesía, la metafísica.

Otro mundo (1947), de M.C. Escher. Para ilustrar el análisis de Tlön de Borges.
Otro mundo (1947), de M.C. Escher.

Este es el Borges en el conocimiento de sí más profundo. En su concepción de la escritura narrativa matriz de toda su obra posterior. En el horizonte recorrido desde que era ese joven por los caminos de un Buenos Aires que trató de recuperar en ese ejercicio mental de la memoria que significó su primer libro de poemas Fervor de Buenos Aires, hasta llegar a este relato, Tlön, que demuestra el honesto esfuerzo de introspección escritural y de abstracción del tiempo-espacio de su contexto más inmediato, sólo para establecer el mundo de sus sueños. Y por último desentenderse de él, cuando ya se materializa en el nuestro.

Entonces desaparecerán del planeta el inglés y el francés y el mero español. El mundo será Tlön. Yo no hago caso, yo sigo revisando en los quietos días del hotel de Adrogué una indecisa traducción quevediana (que no pienso dar a la imprenta) del Urn Burial de Browne.

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