Cine. Cultugrafía. Fotograma de los viajes de sullivan (1941). Director Preston Sturges.
Fotograma de la película Los viajes de Sullivan (1941), de Preston Sturges

El sueño americano. Dickens, Capra, Eisner, Luis Buñuel

Tal vez te guste Dickens, te guste Frank Capra y tu superhéroe favorito sea The Spirit. Tal vez creas en los sueños y aun te de pena que el asalto al capitolio de aquel día de Reyes de 2021 enterrase definitivamente el sueño americano.

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El sueño americano siempre fue un sueño

No eres un tipo duro pero tampoco un boy scout, aunque ambos arquetipos puede que te fascinen. Odiarías, por supuesto, encontrártelos con impunidad paseando fuera de la pantalla, haciéndose fotos en el Capitolio, capaces de cometer actos con consecuencias reales. Sabes que, en la realidad, un vaquero, un boy scout o un cínico emprendedor de la ley seca pueden estar ahora mismo en Parler o con un arma en la chaqueta manifestándose a favor de Donald Trump. Pero cuando los ves en una película clásica o en lo que antes era la literatura de kiosco aún conservan todo su atractivo. Representan la utopía del liberalismo americano cuando aún se hablaba del sueño americano, mucho antes de Trump, de Reagan, del neoliberalismo, de Richard Nixon. Porque, claro, te fascinaba el sueño americano pero con la condición de que fuera un sueño. Te gusta soñar y fantasear que un mundo mejor es posible porque el sueño es la antesala de la esperanza y puede ser un rearme sentimental.

En una aparente paradoja que solemos olvidar, el sueño americano se formó a partir de la Gran Depresión como un deseo y no como una declaración de la realidad. Un año después de filmar una película-denuncia tan importante en el clima de la Gran Depresión como Soy un fugitivo (I Am a Fugitive From a Chain Gang, 1932), el director Mervin LeRoy colaboraba con Busby Berkeley para sentar las bases del musical clásico con Vampiresas 1933 (Gold Diggers of 1933, 1933). El género de evasión por excelencia se levantaba sobre las ruinas de la crisis económica. Lo mismo sucedió en la comedia a partir de que Frank Capra fundara la screwball comedy con Sucedió una noche (It Happened One Night, 1934). Como el musical de LeRoy, la primera screwball comenzaba levantando acta del estado social del país para entregarse después a una fantasía de esperanza y prosperidad.

Cultugrafía. El sueño americano. Fotograma de Vampiresas 1933, de Marvyn LeRoy
Fotograma de Vampiresas 1933 (1933), de Mervyn LeRoy

Encontrar la vocación de cronista en dos géneros basados en la caricatura no debería resultar tan sorprendente. Antes de que Preston Sturges reflexionara explícitamente sobre la relación entre comedia y drama social en Los viajes de Sullivan (Sullivan’s Travels, 1941); antes aún de que  Frank Capra realizara la ficción que mejor ha explicado el funcionamiento de la democracia estadounidense con Caballero sin espada (Mr. Smith Goes to Washington, 1939), o la película que mejor relata lo que supuso la Gran Depresión en las pequeñas ciudades con Qué bello es vivir (It’s a Wonderful Life, 1946); o, para salir del cine, antes de que Will Eisner se convirtiera en cronista de historieta de los desheredados en la primera “novela gráfica” así llamada de la Historia, Contrato con Dios (A Contract With God, 1978), e incluso antes de que Eisner así lo hiciera en las tiras de The Spirit (1940-1951); antes de todo eso, Dickens ya había demostrado que la crónica social y la comedia de costumbres son las mejores aliadas.

Cuando Trump basa el “Make America Great Again” en las noticias falsas y en tomar lo que surgió como un sueño, como un pasado glorioso y real al que volver, está traicionando la verdadera esencia del sueño americano. Lo que llamábamos sueño americano y que el 6 de enero quedó definitivamente hecho añicos, aunque ya llevaba décadas convertido en pesadilla, era ese lugar común -el final feliz- tan recurrente en el Hollywood clásico. Un lugar común, sí, pero como tal precisamente el deseo compartido desde el que pudo constituirse una sociedad (y lamentablemente en este caso, el Imperio americano). En otras coordenadas era esa cualidad tan menospreciada del “lugar común” lo que hacía que Dickens fuese reivindicado por católicos como Chesterton, por marxistas como T. P. Jackson y por un Orwell que afirmaba: “Dickens es uno de esos escritores de los que vale la pena apropiarse”. No subestimes el poder del sueño, de las apariencias, los juegos, las máscaras.

Cultugrafía. Viñeta de Contrato con Dios (1978), de Will Eisner. El sueño americano.
•Viñeta de Contrato con Dios (1978), de Will Eisner.

El poder del sueño. Cuando las apariencias expresan la verdad

Porque si te gusta todo esto no es por ninguna ingenuidad o fanatismo, sino porque te gustan las apariencias, los juegos y las máscaras. ¿Cuál es el problema si todo es representación?  El verbo to play, en inglés, significa “representar”, “juego” y “tocar e interpretar un instrumento, un papel, una función”. En las apariencias se expresa la verdad de los seres humanos, como en un macabro juego infantil de un patio de colegio o en una película de Jean Renoir. En la experiencia, el bien y la mentira se encuentran imbricadas como en una comedia de Shakespeare o en una película de enredos. Lo real se apoya siempre en el suplemento fantasmático que lo hace habitable.

Por eso te gusta Tintín a pesar de las opiniones de Hergé. Las amistades de pactos de sangre, la tarta de manzana y los vagabundeos de Tom Sawyer. Tal vez consideres a Mark Twain el gran novelista americano.  Disfrutas del camp desde antes de que Susan Sontag comprara el lápiz de sus primeras notas. Crees que la imaginación y el artificio es siempre autoconsciente pues se denota a sí mismo. ¿Hay algo más camp que los sueños, que el amor romántico, la familia, la comunidad y la esperanza? ¿Hay algo más camp que Frank Capra? ¿Hay algo más necesario?

Cultugrafía. Ilustración de True Williams de la novela Las aventuras de Tom Sawyer (1876-1878), de Mark Twain. El sueño americano.
Ilustración de True Williams de la novela Las aventuras de Tom Sawyer (1876-1878), de Mark Twain.

Imaginarios, alteridades y fantasmas

Si no te los tomas en serio, puedes seguir disfrutando los cuentos de princesas y caballeros, de monstruos, incestos y traiciones, y el Disney que Disney lleva años tratando de dejar en el pasado. Nada de esto entra en conflicto con los proyectos emancipatorios, con la crítica cultural y con la militancia política; y aun los enriquece. ¿No es más difícil conectar con Pixar?

El estreno de Soul (Pete Docter y Kemp Powers, 2020), con ese cielo que funciona como una gran corporación empresarial, invita a pensar en cómo es posible conectar también con películas como Coco (Lee Unkrich y Adrián Molina, 2017) o Del Revés (Pete Docter, Ronaldo Del Carmen, 2015) en las que se niega la posibilidad misma de un conflicto, donde se niega al otro incluso para considerarle algo que se resiste. Son estas clases de mentiras ideológicas las que pueblan todos los discursos de autoayuda y de lecciones para ser un “empresario de sí mismo”. Uno piensa si los imaginarios clásicos, siempre problemáticos en tanto a la representación y designación del otro, no estarían más afianzados en el reconocimiento y en la posibilidad de una dialéctica que las películas de Pixar. A nosotros nos gustan los conflictos, las elecciones que hacen importante tener un carácter y una ética, la alteridad y la dialéctica.

Por eso es posible que también creas en fantasmas. En algo propio de ti mismo que es también fantasmagórico, que se resiste al régimen de la identificación. O en algo en aquella persona que te es tan familiar que sólo puedes ver de soslayo y se resiste también a la identificación. En definitiva, en lo que es simultáneamente “uno” y “otro”. Al fin y al cabo, todas las historias de amor son historias de fantasmas, ¿no? Fantasmas invocados por las deudas pendientes y los conflictos irresolubles. Fantasías, ausencias, ecos, proyecciones, deseo y fantasmas… Prefieres el gótico al terror porque en el terror no hay posibilidad de dialogar ni trascender la agresión de lo ajeno; es apocalíptico por definición, sin proyecto de futuro ni de progreso.

Cultugrafía. Fotograma de Drácula (1931), de Tod Browning. El sueño americano.
Fotograma de Drácula (1931), de Tod Browning.

El oscuro objeto del sueño y sus variaciones

Te gusta la nieve y eres fantasioso, pero nunca delirante y a veces un poco amargo. Todo soñador tiene su oscuro objeto de deseo. Te encanta Luis Buñuel y David Lynch, las situaciones siniestras de Fritz Lang y la mirada perversa de Hitchcock.

Te gustan los detalles y los tipos. Te gusta la serialidad: la del cine de género, de la serie B, la del cine clásico, el cine exploitation y las películas de acción. Esto no pasa necesariamente por las películas Marvel o por las series que tratan de contar una única historia de horas y horas que no acaban. De la serialidad te gusta la tipificación de caracteres, de situaciones y de gestos. Para nosotros, como para Dickens, la caricatura es un arte y una filosofía. Te gusta la repetición de temas y motivos y las infinitas variaciones en que se manifiestan sensibilidades distintas. Te gustan las tradiciones y todo lo que crea cierta familiaridad, porque bajo lo familiar, lo cortés y lo tipificado se expresa el deseo, la vida y lo que somos. Porque sin lo uno se empobrece lo otro.

Cultugrafía. El sueño americano. •	Fotograma de Un perro andaluz (1929), de Luis Buñuel.
Fotograma de Un perro andaluz (1929), de Luis Buñuel

La ingenuidad militante del sueño

Tal vez todo esto son sueños, fantasías y chucherías. Tal vez sea una simpleza e ingenuidad alarmante llorar el fin del sueño americano después de una Guerra Fría, de las torturas y la “guerra contra el terrorismo” y de un racismo estructural. Tal vez sea infantil seguir llamando familiarmente a las chucherías “chuches”, pero encuentro en todo esto más matices que en el cinismo simplón. El cinismo, en ese sentido, es meramente la forma negativa del fundamentalismo, la que opta rígidamente por no ligarse a ninguna alternativa. El cinismo y el fundamentalismo comparten el odio a las apariencias, así como la búsqueda en todas partes de certezas, de la Realidad y la Verdad, porque no saben lo que es creer o soñar.

También lo encuentro más atractivo a los sermones de cierto cine de autor del que Michael Haneke sigue siendo el mejor de los maestros. Y también que en la más burda y adolescente transgresión envasada al vacío para su consumo. Puede ser que la experiencia en el mundo contemporáneo se haya empobrecido tanto que debamos recuperar esa imaginación que asociamos a la infancia. Al fin y al cabo, no se me ocurre nada con tantos matices como vivir yendo al cole todos los días y haciendo los deberes, y deseando que lleguen las navidades o tu cumpleaños o una nevada en tu ciudad para empacharte a chuches hasta que te duela el estómago. Mientras, recreas morbosamente en la imaginación que el dentista es un hombre demasiado amable, con la nariz prominente y un instrumental de sierras, agujas y retorcidas ganzúas al cinto, que nos dice con voz melosa «no vas a notar nada». Ser adulto no debería ser perder esto, sino convertir la ingenuidad infantil en ingenuidad militante e insertarla en un proyecto de futuro. Tal vez este componente utópico de la infancia sea lo que necesitamos.

Cultugrafía. Fotograma de la película Los viajes de Sullivan (1941), de Preston Sturges. El sueño americano.
Fotograma de la película Los viajes de Sullivan (1941), de Preston Sturges.

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