Qué bello es vivir. Cultugrafía. Cine. Navidad. Finales felices
Fotográma de la película Qué bello es vivir (1946), de Frank Capra.

A favor de los finales felices: entre la utopía y la realidad en Navidad


Es Navidad, y en la encrucijada entre la anhelada utopía y la cruda realidad, los finales felices enfrentan un escrutinio crítico. ¿Son meras falsificaciones o un terreno fértil para la esperanza? Exploraremos la complejidad de abrazar los finales felices, desafiando la noción de simulacro y defendiendo la capacidad transformadora de la fantasía, ilustrado con la intrigante historia de un pariente pobre que encuentra dignidad en un castillo en el aire. En un mundo saturado de verdades y mentiras, se propone la literatura como un refugio ético, donde la creencia en lo imaginario se convierte en un acto de resistencia. ¿Puede la persistencia en los finales felices ser el anclaje esencial de la ética y la esperanza en tiempos turbulentos?

Qué bello es vivir (1946), de Frank Capra. A favor de los finales felices. Cultugrafía, crítica cultural.
Qué bello es vivir (1946), de Frank Capra.

Contra los finales felices

Como previendo ya la humana necesidad de dar un cierre feliz al año de la COVID-19, en noviembre de 2020 la anual edición del Festival Eñe presentaba un manifiesto titulado “La distopía ha muerto ¡Viva la utopía!” con prometedoras declaraciones para un feliz fin de ciclo. La pandemia ha superado la imaginación destructora, ahora toca imaginar un mundo mejor. No son de extrañar las sospechas de Ignacio Echevarría ante semejante manifiesto, tan apetitoso para los patrocinadores.

¿Cuánto hay en esa utopía de simulacro e hiperrealidad, cuya concepción hemos más que analizado en esta revista? ¿Cuánto de evasión? ¿Cuánto hay en los finales felices de peligrosa falsedad?

A pocos días de comenzar la temporada navideña, en la revista CTXT, Gonzalo Torné escribía un lúcido artículo titulado Contra el final feliz (y grandes personajes perdidos en sus novelas). Torné condensaba en una frase el peligro de estos finales: “La acumulación de desenlaces felices impone un mundo blando, una falsificación de la sociedad que roza lo intolerable”.

Y, sin embargo, a la espera de que algún espíritu de las navidades se aparezca, me resisto a vivir en un mundo en que en esta época del año nadie salga con honestidad en defensa del final feliz.

Ilustración del cuento Canción de Navidad de Charles Dickens. John Leech
Ilustración de John Leech para la edición original de 1843 del cuento Canción de Navidad, de Charles Dickens. Scrooge y el fantasma de Jacob Marley

Cómo creer en los finales felices y no ser engañado en el intento

La advertencia contra los finales felices es bien necesaria cuando en las librerías la palabra “felicidad” copa las estanterías de las secciones de autoayuda, cada vez más grandes.

Nada más sano que sospechar de la festiva utilización de los términos “felicidad” y “utopía”. A menudo nombrados con el ojo puesto en el mercado y en las masas de hombres y mujeres nerviosos que acuden (especialmente en estas fechas) a por el libro que les den la respuesta para lograr la estabilidad que no encuentran. También para ilustrar a su cuñado en noche vieja sobre el arte de no amargarse la vida.

“La acumulación de desenlaces felices impone un mundo blando, una falsificación de la sociedad que roza lo intolerable”, decía con no poca razón Gonzalo Torné. Pero en esa frase se encuentra un salto en el que merece la pena detenerse. Que los finales felices sean ficción no los convierte en falsificaciones.

La literatura y la realidad se mueven en distintos regímenes de verdad y la verosimilitud de una ficción -incluida la ficción realista-, no necesita rendir ninguna cuenta en torno a la Verdad o Falsedad de sus enunciados. La literatura está más cerca de la creencia que de la certeza, pero en estos tiempos de fakes news, la capacidad de simplemente creer en algo, sin necesidad de estar dispuesto a morir por ello, está en horas bajas.

Una fantasía, como puede serlo una utopía o el imaginario navideño, no es una falsificación, es sólo un deseo… y algo más. No podemos exigir a la literatura que opere sobre el conocimiento positivo si no queremos correr el riesgo de perder la literatura.

Hay un encantador cuentecito de Dickens que trata de esto precisamente. Es un cuento de Navidad, pero no es la conocidísima Canción de Navidad. Lo podéis leer en la antología de Cuentos de Navidad de Marta Salís, de la editorial Alba. Se llama Cuento del pariente pobre, y es tan simple para la perla que encierra que al acabarlo uno comienza a creer en castillos en el aire.

Comienzo de uno de los especiales navideños de The Spirit (1940-1951), creada por Will Eisner. Recopiladas en el tomo The Christmas SPIRIT (1994).
Comienzo de uno de los especiales navideños de The Spirit (1940-1951), creada por Will Eisner. Recopiladas en el tomo The Christmas SPIRIT (1994).

Cuento del pariente pobre

Como si se tratara de poner en escena el poder de los relatos, a la manera de Las mil y una noches, el cuento del pariente pobre se inserta en una narración marco. Una familia de la Inglaterra victoriana se encuentra reunida al amor de una lumbre navideña y van a comenzar una ronda de historias. Piden al pariente pobre que comience, y él, con toda humildad, abre su historia: “No soy lo que aparento. Soy muy diferente”.

Antes de continuar, el pariente pobre reconoce lo que los otros ven de él: es un fracasado. Por su credulidad en los negocios y en el amor, habría sido engañado por su prometida y por su socio, quedando abandonado y sin un céntimo. El pariente pobre de la familia, esa es la imagen que todos tienen de él. Pero eso no es verdad, afirma, él vive en un castillo.

De seguido, el protagonista abandona la descripción de la “realidad” para narrar su historia. En ella, recupera todos los puntos de aquella descripción sublimándolos por lo que sólo puede ser una fantasía capaz de transformar el sentido de los hechos.

Resulta que era cierto. Él, fue siempre un crédulo y su socio era consciente de lo fácil que era engañarle como ya había hecho en el pasado; pero en “realidad” -en esta nueva realidad de la ficción del pariente pobre- siempre le fue leal. Igualmente, la mujer le fue fiel en la adversidad y ahora vive con él en el castillo. Los preceptos navideños le enseñan que, es bueno estar en el castillo, y apenas sale de él.

¿Y el castillo está…? “¡Mi castillo está en el aire!”, concluye gloriosamente su relato el pariente pobre.

cuentos de navidad de marta salís. Portada. Editorial Alba. Finales felices.
Portada. Cuentos de navidad de Marta Salís. Editorial Alba.

El sencillísimo cuento del pariente pobre resulta extremadamente más sofisticado cuando uno examina los distintos sentidos en que funciona. Por la afectación con que el protagonista cuenta su historia, ésta se delata en todo momento como una fantasía; como el ocultamiento de la “realidad”, se podría pensar. Sin embargo, mediante esa falsificación, uno conoce con todo detalle la realidad-real bajo el artificio, igual o mejor que si se abordara abiertamente.

¿Qué está ocultando entonces esa fantasía? Desde luego, no su condición de ficción, ni la “realidad” en que se basa; sino otra cosa, algo que sobra tras separar lo que es verdadero y lo que es falso del cuento del pariente pobre no pudiendo colocarlo ni entre las verdades ni entre las mentiras.

Ese “algo” es precisamente el responsable de que tras concluir Cuento de un pariente pobre, al lector no le quepa duda de que su protagonista es efectivamente pobre, pero no un fracasado. Esa cosa indeterminada, el secreto de este cuentecito, es la fuente de toda dignidad humana. Un lugar más importante que la realidad en el que es bueno estar.

Los finales felices de historias como esta, que a menudo se delatan sin complejo como una fantasía, no consisten en la pantalla de un engaño tras la que ocultar la realidad; sino en el engaño de que existe algo debajo. En el cuento de Dickens, se trata de aquel exceso que ni es verdad ni es mentira de que dignifica al protagonista.

El fantasma es un semblante, decía Lacan. La máscara del fantasma no oculta el rostro de lo real, sino que el fantasma es lo que hay escondido tras la máscara de las apariencias. Como en las películas de Frank Capra, otro excelente cronista de su tiempo y sin embargo, un fervoroso defensor de los finales felices. El velo de la fantasía de este cuentecito produce la dignidad del pariente pobre, el territorio de la moral y la fuente de toda esperanza. Es un espacio transformador y revolucionario donde los haya.

El pariente pobre no es tonto. Sabe distinguir el conocimiento positivo de sus fantasías, y reconoce que su ingenuidad nunca va a dar buenos frutos. Incluso teme por su sobrino, que tanto se le parece, porque se dirige a repetir su destino. Pero pese a todo, prefiere permanecer en su castillo en el aire. Es una revolucionaria posición ética.

La cerillera. Finales Felices. Cultugrafía. Cuento de Navidad.
Ilustración de La pequeña cerillera, cuento de Hans Christian Andersen (1845).

Fantasía o simulacro

Las ficciones, las fantasías, las utopías y la Navidad, existen desde antes de la sociedad del espectáculo, y mientras se conciban como ficciones, como fantasías, como utopías y como una fiesta ritual, no corren ningún riesgo de tornarse en simulacros. Sucede, más bien,  que cuando estos productos de la imaginación se extraen del régimen de lo verosímil para tomarlos como declaraciones de verdad, se transforman.

Un simulacro es un mapa (una representación) que se ha tomado como real. De ese modo, tanto el trumpista bañado en nostalgia por los años 50, esa década en que América was great, que ha convertido el imaginario de la época y lo que nunca pretendió ser otra cosa que un sueño americano -vean el cine de Douglas Sirk-, como el liberal cínico y escéptico que presume de estar de vuelta de todos los finales felices, cometen el mismo error. Tanto el Make America Great como el cinismo toman lo imaginario como real.

Fotográma de la película Solo el viento lo sabe, de Douglas Sirk. Finales felices. Cultugrafia.
Fotograma de la película Solo el cielo lo sabe (1955), de Douglas Sirk.

El liberal escéptico y cínico, el fundamentalista religioso o el trumpista comparten el mismo fundamento: la pérdida de la capacidad de creer. Irreductible al conocimiento positivo al que aspira el científico y el fundamentalista. La creencia no es un enunciado referido a los hechos, sino un compromiso ético incondicional con una fantasía que los hace habitables. Esto, que ha sido a menudo comentado por Slavoj Zizek, implica que perseverar en los finales felices en contra de toda esperanza (y de toda evidencia del presente) pueda ser el corazón de la ética y de la resistencia.

Desde el régimen de la verosimilitud, la ficción tiene el poder de introducir una cuña entre la Verdad y la Mentira, y la capacidad de abonar el territorio de la creencia, que es también el espacio de lo común, de la moral y el campo en que brotan los proyectos de futuro. 

En una época de fakes news, cuando cualquier fantasía política se presenta como una declaración de verdad, cuando existen algoritmos y una industria mediática encargada de construir la burbuja de ladrillo en que encerrar al votante para que no tenga acceso de otra manera de representarse en su país, cuando todo se presenta como dogma, cuando las redes sociales se alimentan de la polarización, cuando todo parece reducirse a los polos de Verdad y Mentira, de Nosotros y Ellos, esgrimidos indistintamente, recuperar el espacio de la literatura puede ser más importante que las certezas.

douglas sirk. solo el cielo lo sabe
Fotograma de la película Solo el cielo lo sabe, de Douglas Sirk.

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Bibliografía