Los programas y las máquinas, si se imponen para todo, empobrecen y mutilan nuestra vida.

Índice de contenidos:
- El Word me encierra en sus reglas simplonas, en su programa limitado.
- Las máquinas no distinguen, no sienten; y programan nuestra vida.
- El vacío del consumismo cósmico.
- Plantillas, destructoras de la personalidad.
- Preguntas frecuentes y tratamientos generales; la solución de las máquinas.
El Word me encierra en sus ideas simplonas, en su programa limitado
El Word no conoce el futuro de subjuntivo. Faltaría más, desconoce tantas cosas el gilipollas. Los que lo programaron tampoco conocerían el futuro de subjuntivo. Y así se eliminan matices verbales, matices de la vida. Y si eliminas los matices acabas eliminando la vida entera y encerrándote en cualquier simplismo. Los matices son la sustancia de la vida. Pero vamos hacia la simplificación y la mecanización. Hacia lo abstracto y lo general. Hacia lo funcional y sin sabor.
Y también cree que la palabra “como” es siempre interrogativa. Y también me subraya la palabra “vi” del verbo ver. Y quiere que le ponga tilde a “publico”, primera persona del singular del presente de indicativo del verbo “publicar”. Y así me quiere imponer montones de limitaciones. Me quiere escamotear la vida. Me quiere encerrar dentro de su pobreza. Una máquina tonta quiere dar lecciones a un ser vivo. Y quiere robarle la vida. Y también me subraya “tabardilla”, una manzana inolvidable que me daban de pequeño en mi aldea en Galicia. Este puto Word quiere subrayar toda mi vida y eliminarla. Y los programas y las máquinas me roban la vida.
El Word me subraya todo lo que no conoce, y a veces hasta cosas muy sencillas. Es asombroso todo lo que desconoce, cómo eliminamos cosas de la vida. Vamos hacia lo cuadriculado y los programas miserables. Si seguimos así, ya no valdrá la pena vivir. Alguna especie de Word nos dirá cómo hablarle a la novia, cómo besar a la amante. Y en qué coño quedaremos. Vamos hacia la mecanización asesina.

El Word discute conmigo, pretende saber más que yo. En mí, y en cualquier ser vivo, se han depositado millones de vivencias y de segundos. Todos los recovecos de la lengua y de la experiencia. Todos los matices vivos de la lengua. Y sin embargo el Word con su arrogancia e ignorancia pretende imponerme sus límites. Me quiere encerrar en sus reglas simplonas, en su programa tan limitado.
Cuando escribía con una Olivetti, la Olivetti no discutía conmigo. Escribía todo lo que yo le decía sin venirme con subrayados ni zarandajas. Es más, el gilipollas del Word a veces se niega a escribir cosas que yo le digo, o porque quiere imponerme sus reglas simplificadas y muertas, o porque no me deja salirme con la vida de cualquier regla. Pero quiere mandar en mí. Así mandan los ignorantes en los que saben. Los simplistas en los creadores. Los muertos en los vivos.
Las máquinas no distinguen, no sienten; y programan nuestra vida
La vida es cambiante, las máquinas son programadas. ¿Será posible que no comprendan eso? La calefacción tiene programado calentar unas horas y así lo hace, da igual si hace mucho frío fuera de esas horas. A la máquina le importa un pimiento, no se entera de nada. La máquina que aplica algoritmos pone como iguales a millones de seres distintos y le importan un pimiento las diferencias. La máquina aplica unas clases y unos límites y no le importa nada si muchos seres vivos se salen de esas clases, de esos límites.
La vida es sorpresa continua, es novela. La máquina es puro programa, seguir esas directrices y nada más. ¿Cómo es posible que no se vea la diferencia? Y la gente quiere meter la vida dentro de las máquinas. Y lo que no cabe dentro de ellas no existe. Te dan unas preguntas frecuentes, masivas, abstractas, ciegas, y si tu pregunta personal y angustiada no está dentro de ellas tu pregunta no existe y tú te jodes.

¿Cómo es posible que la gente acepte mecanizarlo todo, matarlo todo? No hay programa que valga, no hay fórmula, ante la vida imprevisible e imaginativa. Nada puede sustituir a los caprichos de Amanda, a los encantos de Amelia. Pero la gente prefiere el artefacto de última generación de Samsung. Nada se puede comparar a la sonrisa que aquella mujer ya madura le dirigió a su compañero casual junto al río Pisuerga. Y la gente pretende que máquinas muertas sustituyan eso.
¿Pero qué demonios le pasa a la Humanidad? ¿Todo el mundo se ha vuelto imbécil? Suena la alarma en el piso de enfrente y seguirá sonando aunque no haya ninguna amenaza hasta que un ser humano la pare o se acabe la batería. Y a eso le llaman inteligencia. A seguir programas y programas sin salirse de ellos. ¿Quién demonios dijo que la inteligencia consistía en adaptarse a lo imprevisible?
El vacío del consumismo cósmico
No repliques. Las grandes corporaciones te mandan mensajes que dicen: no reply. Nosotros te soltamos lo que nos da la gana, pero tú no puedes replicar. Nos hacen tragar todo pasivamente. Nos meten propaganda, publicidad consumista, sermones, lo que sea. Pero tú no puedes contestar. Tú no existes, no tienes nada que decir. Solo eres una boca abierta para tragar, o un culo para que te pongan supositorios. Tú no eres nada, cállate, coño, solo las grandes corporaciones existen. Tú apenas eres un átomo que no se distingue de otros átomos en el vacío del consumismo cósmico.

Cállate, no digas nada. No tienes nada que decir, no te van a escuchar nada. Como sujeto no existes, no existe ningún sujeto, solo existen buzones donde dejar propaganda. O huecos donde dejar productos que tienes que pagar tarde o temprano. Paga, coño, y cállate. No se te ocurra pensar, contestar algo, tener ocurrencias. Si quieres contestar algo, como mucho te mandan igual que a millones de seres a los que consideran idénticos a ti, a las preguntas frecuentes. Y si en esas preguntas frecuentes gilipollas no está tu pregunta, te callas y te aguantas.
Y no revoluciones, hombre, no des la lata. A las grandes corporaciones no les importa tu angustia, tus dudas, tus nostalgias únicas. No les importa si te acuerdas de tu tía muerta o si añoras el chocolate que tomabas en otoño en el puerto. Todo eso son gilipolleces para ellos. ¿Acaso lo van a rentabilizar de alguna manera? Solo les importa lo igual o lo cuantitativo, las inversiones y las ventas. Y cállate, coño, no pienses en otra cosa. Mejor, no pienses en nada.
Te avasallan con mensajes y te dicen: no replicar. No se puede contestar. ¿Qué mierda de mundo es este donde no se puede contestar a lo que alguien te dice?
Plantillas, destructoras de la personalidad
Plantillas personalizadas, dicen algunas máquinas, a la hora de escribir un texto. Pero la verdad es que no tienen nada de personalizado, son la negación misma de la personalidad. Todo está marcado de antemano. Si fueran personalizadas ya no serían plantillas. La personalidad no quiere plantillas de los cojones. Las plantillas son para los que no tienen personalidad, no saben qué escribir, no llevan nada dentro.

Siempre hace gracia como se usan ahora las palabras. Plantillas personalizadas, dicen. Un oxímoron absoluto y sin ningún fin poético. Una pura estupidez sin sentido ninguno. Por qué queréis ponernos plantillas para todo, por qué queréis señalarnos caminos para todo. Lo tenéis todo calculado y nosotros tenemos que encajar. Y si nos sobra un trozo de nariz lo cortamos. Que se metan sus plantillas por el culo. Yo quiero la vida libre y la expresión libre, que no sabe de plantillas. Ponedle plantillas a vuestra abuela. Pero mejor, dejad a vuestra abuela en paz, vuestra pobre abuela, que también quiere vivir y latir, y que no cabe en ninguna plantilla.
Queréis que todos seamos hombres masa que siempre actúan igual, queréis mecanizar y prever toda nuestra vida, queréis convertirnos en cantidades intercambiables para que hagamos todos lo mismo. Y que todos tomemos la misma pastilla como recomienda el fascista Houellebecq para que hagamos todos lo mismo y nos portemos bien. Pero no, no tragaremos ninguna píldora y no nos meteréis el sexo en ninguna plantilla. Henry Miller nunca lo haría ni yo tampoco lo haría. Ni vuestra abuela tampoco lo haría, dejad en paz a vuestra abuela.
Meteos vuestra plantilla en el culo si no queréis que vuestro culo sea intrépido, que también tenga su personalidad.
Preguntas frecuentes y tratamientos generales; la solución de las máquinas
Recibiremos todos un trato mecánico. Pediremos una cita con Hacienda para que nos robe mejor a los que menos tenemos y nos mandará a una máquina de internet, donde nos repetirá unas instrucciones machaconas, y te las repetirá siempre de manera idiota aunque no las entiendas. Porque sobre todo la puta máquina no entiende lo que te pasa a ti.

Querrás hablar con alguna gran empresa, preguntar algo, protestar algo, y te mandarán a una máquina de preguntas frecuentes, y si tu pregunta no está en las preguntas frecuentes, porque la vida no cabe en ninguna colección miserable de preguntas frecuentes, te mandarán otra vez a preguntas frecuentes, y así hasta el infinito, y nadie te escuchará, y nadie te atenderá.
Irás al médico y te encontrarás con una máquina que te preguntará los síntomas, y luego las variables de los síntomas, y tendrás que ser bien preciso aunque no hay precisión ninguna en la vida, y al poco rato, te saldrá por una ranura una pastilla, un tratamiento, un programa de curación. Y si falla tendrás que volver otra vez a la misma máquina que te dirá lo mismo.
Te sentirás angustiado, con ganas de insultar a tu pobre tía, y llamarás a un teléfono, y te saldrá una máquina psicóloga. Te preguntará qué te pasa, si no le contestas lo que quiere te volverá a preguntar lo que pasa, si le dices algo que no está en su programa te dirá: no entiendo lo que dice, al final te dará una de las fórmulas posibles, te clasificará en uno de los cuatro o cinco tipos psicológicos y te dará un tratamiento mecánico como si tú también fueras una máquina averiada.

¿Qué coño importa que les encuentren trabajo a los parados por culpa de las máquinas? ¿Tendremos que tratar siempre con estos artefactos fríos e idiotas?
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Es licenciado en Filología Hispánica y en Historia del Arte. Estuvo entre los finalistas del Premio Herralde en 2014 con “El misterio del cine” y entre los finalistas del Azorín en 2018 con “El saber apasionado”. Le gusta Jacqueline Bisset y el vino tinto.