La figura del prodigio literario, con frecuencia, está envuelta en un insondable misterio de la condición humana. Yukio Mishima es el artista japonés del siglo XX más admirado por la élite intelectual occidental, pero también fue profeta en su tierra. Marcado por la presencia de un alter ego obsesionado por el autosacrificio, el seppuku, e invadido por un genio creativo que no conocía límites. En esa tormenta interna es donde se engendra una gracia inimitable. Mishima no ocultaba su sed de desaparecer del mundo, es en sus últimas obras donde plasmó cada detalle de su propia muerte. Este acto final se convirtió en su obra maestra definitiva.

- El talento de Kimitake Hiraoka: pasión por la escritura desde temprana edad.
- La dualidad del onnagata y la ambigüedad de Mishima.
- La obsesión del cuerpo: la búsqueda de la perfección y la exhibición.
- El último acto de Yukio Mishima: el genio que llevó su arte hasta el límite.
El talento de Kimitake Hiraoka: pasión por la escritura desde temprana edad
Yukio Mishima nació con el nombre de Kimitake Hiraoka, en un barrio residencial de nobles, clases altas y medias acomodadas. A menudo se lo emparenta con la casta samurái, nada más alejado de la realidad, su madre era hija de un director de colegio ligado a intelectuales confucionistas; su padre provenía de una familia de agricultores, que en la era Meiji, supieron hacer buenos negocios. Solo su abuela Natsuko provenía de una familia noble, pero tampoco eran de la casta superior, fue esta quien le contagió el gusto por la literatura “mayor”.
El talento del niño Kimitake se despertó a los 12 años, a esa edad ya era un prodigio y podía leer los clásicos del siglo XIII, o los modernos europeos. Podría escribir durante horas luego de volver del bachillerato. Detestaba su genialidad, pero también la amaba, porque odiaba la vulgaridad. Su prodigiosidad era motivo de burlas en su entorno académico, en una carta que envía a su amigo Kawaji, le escribió:
“… dicen que no soy ni precoz, ni un genio, solo soy un engendro desagradable, y puede que tenga razón…me miro al espejo y digo, mira a este tipo que solo habla de literatura…”

Es curioso que los prodigios no puedan encontrar la paz en el eco monótono de la existencia. Por una parte, sufren el tedio del día a día, y por el otro, el tedio de la soledad. No hay manera en que puedan ocultar su genio, como tampoco se podría ocultar ser blanco o negro, alto o bajo. Es evidente que la humanidad no está preparada para los distintos, no es de extrañar que los diferentes tengan que abrir caminos a pura lucha.
La dualidad del onnagata y la ambigüedad de Mishima
Yukio Mishima tenía especial gusto por el teatro tradicional kabuki y Noh, esto lo reflejaba en los guiones que componía, muchas veces redactados en un japonés del siglo XIII.
Mishima sentía una atracción especial por la interpretación de la dama protagonista, la “onnagata”. Este papel, interpretado exclusivamente por hombres, trascendía la actuación convirtiéndose en un estilo de vida. Existe un manual del siglo XVIII, el “Anamegusa”, mencionado por Mishima en Madame de Sade (1965), sobre las normas de conducta de los onnagata. Dado que su esencia es encantar, este manual indica la importancia de evitar la exageración de las maneras, para no caer en la corrupción de su papel, y para que su interpretación sea natural, era imprescindible que en su vida cotidiana siga comportándose como una mujer.

La maestría creativa de Yukio Mishima lo llevó a otros campos del arte: interpretando kabuki, siendo modelo de fotografía o realizando actividades que tenían que ver con el cuerpo. Siembre cruzaba la línea de la ambigüedad, ese otro Mishima que no podía esconderse. Entre sus actos transgresores, la fotografía fue un ámbito de expresión. Sus poses al desnudo polarizan con la práctica del boxeo, o del kendo, una disciplina que remite a los samurais. Es en esta última donde juguetea con las armas blancas, con ese filo que destella brillos encantadores y que termina hipnotizando al perturbado Mishima.
La obsesión del cuerpo: la búsqueda de la perfección y la exhibición
En las profundidades del alma de Mishima, una pasión desenfrenada por la perfección física se fusiona con su arte literario. Dedicaba incansables horas al gimnasio, esculpiendo su cuerpo hasta alcanzar una anatomía digna de las más exquisitas esculturas griegas. Una vez conquistada, su única voluntad consistía en exhibir su obra maestra corpórea.

“…Al fin logré un cuerpo, un verdadero cuerpo, y al conseguirlo me dominó la pasión por mostrarlo…”, escribió en la Introducción de su libro Río del Cuerpo. Mishima llevó al extremo la célebre frase mens sana in corpore sano. Jugaba hasta el límite con su ambivalente sexualidad. Como tantos genios del arte a lo largo de la historia, desafiaba a los mortales comunes a una introspección profunda. ¿Acaso fueron estos mismos genios quienes confrontaban los mandatos coercitivos y cuestionaban las barreras del decoro y la moralidad, invitando a la sociedad a contemplar su propia existencia y a retar las inhibiciones impuestas y autoimpuestas?

No solo en sus obras, como Confesiones de una Máscara (1949), se manifestaba esta declaración de libertad, también en las fotografías, como la tomada por el fotógrafo Tamotsu Yato, que lo fotografiaba desnudo; o las que posa mostrando su escultural cuerpo con las joyas de su mujer. Mishima iba por la vida pateando el trasero con arte y elegancia a todo pacato que mirase su obra. Japón lo admiraba, una sociedad cuya naturaleza era la vergüenza veía en Mishima el salvador de sus emociones reprimidas.
El último acto de Yukio Mishima: el genio que llevó su arte hasta el límite
A Mishima se le acusó de ser de ultraderecha o imperialista. Su obra Mi Amigo Hitler (1968), es una ironía para los críticos que lo acusan. Mishima es mucho más que un ultra conservador o imperialista. En él había quedado grabado un hecho histórico del año 1868, la sublevación de 200 samuráis en Kumamoto, poniendo en jaque a un cuartel de 2200 soldados, con el fin de rescatar la figura imperial y luego hacer seppuku. La Era Meiji comienza en el año 1868, y está en los planes del Emperador la incorporación de Japón a Occidente. La sublevación no sería aceptada de ninguna manera por el Emperador, era un escollo al plan de occidentalización, por lo que publica un decreto donde se le prohíbe a los samuráis hacer el seppuku y quita la divinidad de su figura. ¡Tremendo puñal al espíritu japonés!

Mishima funda el Tate No Kai, un grupo paramilitar sin armas, formado por jóvenes idealistas con el solo objetivo de no luchar, su fin es morir para restaurar la plena dignidad imperial, defender una constitución, que paradójicamente, los rechazaba. Como artista, venía escribiendo y describiendo con escalofriante detalle el seppuku, pero ahora estaba dispuesto a vivir lo que había escrito. En su turbada mente tenía cada uno de los pormenores que había escrito en su obra llevada al cine e interpretada por él, El rito de amor y muerte (1966). Solo alguien muy perturbado podría actuar este ritual con la nitidez que representó en esa película. Sus biógrafos ingleses estaban convencidos que, posiblemente, recibió orientación médica para comprender los efectos que provocaba clavar un puñal para lograr la eventración. Fue tan pasmosa la escena, que la viuda del Director luego de la muerte de Mishima, mandó a quemar las copias.
El «Incidente», el día del harakiri real, se llevó a cabo en el Cuartel General de las Fuerzas de Autodefensa, solo Mishima y cuatro soldados iban a realizar el seppuku. Ingresan a las oficinas del Teniente General Mashita, lo secuestran y le advierten que no va a morir. Mishima salió al balcón para dar un discurso ante las tropas. Para ese momento, la policía y la prensa ya estaban presentes, la conmoción era desmedida. No pudo terminar su discurso y regresó a la sala. El 25 de noviembre de 1970, cada uno conocía su tarea.

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Abogada y redactora periodística. Apasionada de la cultura japonesa, por lo que escribir contenido relacionado es primordial para su espíritu. El análisis social y político es un ámbito en el que también se desarrolla con frecuencia.